Buscó en su guardarropas aquel vestido que tan bien le quedaba: ceñido en la cintura, suelto en la cadera, flojo en la panza. Tuvo que revolver las cajas archivadas para encontrar sus medias red de guerrera: estaba dispuesta a entregarle su cuerpo al primer hombre que se le acercara. Selección de maquillajes infalible: corrector de ojeras profesional (sin él parecía un mapache), base, arqueador de pestañas. Se probó todos sus tacos altos y eligió los que la hacían parecer una prostituta. Ella, hoy, volvía a serlo.
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